jueves, enero 26, 2017

Esterlina en dos tiempos





Esterlina es un nombre improbable, pero verdadero. Esterlina es su nombre y ella no sabe si lo heredó de alguna tía paterna o de una mala traducción de una novelita romántica inglesa y en realidad no le importa, le gusta que se destaque como los restos luminosos de una botella rota en la arena húmeda en ese mar de nombres comunes y aburridos .
De Benoit, en cambio, es su “nom d’artiste”, pero todos la conocen así, Esterlina de Benoit. De su verdadero apellido sólo queda constancia en la boleta de gas que llega cada mes y que ella se apura en esconder.
Es de ese tipo de mujeres de las que educadamente se dice que no tienen edad. De lejos, con su pelo largo y rubio y su silueta basculante parece una adolescente pero a medida que se acerca, como en una película en cámara lenta, su figura toma la forma de una joven anciana, de una mujer niña; su piel pálida adquiere el tono de la arcilla que se seca, los ojos se vuelven opacos y sin brillo, sus manos huesudas parecen gárgolas hambrientas.
Siempre viste una sonrisa pero guarda en su centro un carozo, pequeño y duro como el de un damasco, en el que se esconde la melancolía.
Esterlina  de Benoit es sin duda una artista. Con paciencia oriental y manos delicadas como las de una bailarina clásica construye los mejores vestidos de novia de la ciudad. A pesar de que nunca se casó y su vida sentimental no fue más allá de una risita tímida o un sueño cálido, o a lo mejor justamente por eso, sabe ver en cada clienta la esencia para transformarla en la novia más bella. Existe una leyenda que dice que la suerte acompaña a las mujeres que la eligen como modista; que tienen matrimonios largos y felices o viudeces tempranas y también felices.
Vive y trabaja en la casa que heredó de su madre, los techos altos y adornados, las ventanas estrechas, el pasillo en el que desembocan mil puertas. Casi nunca sale, encarga por teléfono todo lo que necesita para vivir, que no es mucho y las telas para sus vestidos las compra a un viejo importador judío que dos veces al año, en mayo y noviembre, llega cargado de rollos y paquetes cuidadosamente envueltos en papel azul, secreto profesional para que las sedas y encajes no se amarilleen.
Su color preferido es, por supuesto, el blanco. Todo a su alrededor pierde poco a poco pigmentación, se desvanecen el rojo, el azul, el amarillo, y el color finalmente se disfraza de luz.
Sólo sale algunas veces al caer la noche, cuando las alas se aquietan y el vuelo se detiene y camina discreta hasta la mercería de la esquina a comprar hilos y botones, alfileres, lentejuelas y mostacillas. Ellas duermen, pero Esterlina se mantiene alerta, imagina las miradas de ojos vivaces y brillantes, acechando. Camina pegada a la pared, como si la protegiera; vuelve a casa casi corriendo.
Entonces ella se siente segura en su nido inmaculado.
Por eso resulta inexplicable el rictus de terror que se dibuja en su cara al ver volar por los aires, elevarse liviana sostenida por el viento, una pluma, blanca, que termina descansando en el borde de su ventana, inmóvil y amenazante. Su miedo no tiene palabras. Sólo lo habita un color, rojo oscuro, casi negro, y el sonido de su corazón tratando de escapar de su cuerpo.
La rutina, esa caja confortable y asfixiante en la que se acurruca como un gato, se quiebra, estalla y se descompone. El leve aleteo no produce un terremoto en oriente; sacude en cambio sus cimientos y la deja al borde del derrumbe.
Mucha gente odia a las palomas. Esterlina no las odia, no puede.
En silencio apaga las luces, una a una, y su casa se esconde en la  oscuridad. Camina descalza hasta la ventana y las ve, son muchas; todos esos ojos redondos del color de los infiernos la observan y ella vomita las plumas que subieron desde su estómago a su garganta, y sin embargo todavía no puede respirar, las alas se reproducen y sacuden, le aprietan el cuello desde adentro, no la dejan gritar.
De repente el sonido de una explosión la estremece, hace que ese tiempo detenido en el terror empiece de nuevo a avanzar, vacilando. Se sorprende, el ruido no viene de su interior. Las palomas también lo escuchan y escapan; Esterlina corre y se oculta en un placard, poco a poco el aire vuelve a entrar a sus pulmones, el corazón recupera su ritmo y ella se prepara para la próxima invasión.





 Esterlina tiene cinco años y no tiene hermanos. Vive con su mamá y su papá en un enorme departamento en el quinto piso de Talcahuano y Paraguay, solos los tres. Su papá la llama Lina, Linita, Alina, y a ella le gustan todos esos nombres que él inventa; en cambio su mamá siempre le dice Esterlina, sin usar nunca la imaginación ni el cariño.
Él es “viajante de comercio” y aunque ella no sabe muy bien lo que eso significa entiende que es la razón por la que su padre muchas veces no está en casa. Esos días no le queda más remedio que acompañar a su mamá en el taller de costura que tiene en la pieza del fondo, donde se ocupa de dobladillos, botones y ojales que algunas vecinas le encargan.
El regreso siempre es una fiesta. Llega sonriente y con un regalo. Ella los guarda en su habitación, ordenados: el enorme peluche con forma de oso polar; la muñeca rubia, como ella; el libro para pintar, lleno de promesas de colores; los lápices alemanes con esas puntas agudas como alfileres; el vestido celeste lleno de cintas de raso y volados. Los objetos le hacen compañía cuando él no está.
Hoy el sol pálido de julio entra por las ventanas pero no calienta cuando escucha las llaves abrir la puerta. Su papá, enorme, repite la ceremonia de cada llegada. Como en un ritual apoya su portafolio al lado de la puerta, cuelga su abrigo oscuro en el perchero del vestíbulo, saluda de lejos a su madre, toma la mano de Esterlina, se dirigen al dormitorio y se sientan en la cama para abrir el paquete.
Es inmenso y blando, atado con un cordón amarillo limón. Deshacen juntos los nudos, desgarran los papeles y el edredón se desparrama sobre la cama, vivo. Envueltos en esa espuma blanda Esterlina se queda suavemente dormida.
Los gritos la despiertan y escucha palabras en un extraño idioma desconocido. Shock anafiláctico repiten una y otra vez, desesperados. Nadie podía saber que el acolchado no estaba relleno de suaves plumas de ganso, nadie podía saber que su padre era alérgico a las palomas.




La rutina del miedo




Esterlina cose, Esterlina llora.
Recuerda la blanda muerte silenciosa.
Sola en su reino de luz ve los ojos acechantes de mil palomas.
El miedo la habita, apaga las lámparas, una a una
y se viste de blanco, simula su boda.
Ahora vienen por ella, la buscan, la encuentran.
Esterlina espera, paciente.
Sabe que tarde o temprano no podrá escapar de esos ojos de fuego.
De nuevo el aire le falta, la garganta se cierra.
Ruido de alas en la boca abierta.

Otra vez, el miedo.



La receta de Esterlina



Ingredientes

1 niña/mujer solitaria
1 padre amado y muerto
1 madre abandónica
1 docena de palomas
1 puñado grande de plumas
1 cucharada de miedo concentrado
tristeza, cantidad necesaria
luces y sombras por partes iguales
1 casa grande para decorar

Procedimiento

1.- Colocar en la casa grande la niña, el padre y la madre.
2.- Espolvorear con la tristeza y dejar macerar unos años.
3.- Retirar al padre de la casa grande y agregar un puñado de plumas.
4.- Cuando la niña se haya transformado en mujer gracias a la larga maceración, retirar también a la madre.
5.- Incorporar luces y sombras por partes iguales y mezclando suavemente incorporar una docena de palomas vivas.
6.- Finalmente condimentar con el extracto de miedo tratando que cada parte de la mujer quede embebido en su penetrante perfume.

7.- Servir en la misma casa de la preparación, cuidando que las palomas no se vuelen.



Santa Esterlina de Benoit




Santa Esterlina de Benoit


Protégeme de las palomas
no dejes que me atrapen,
me asfixien, me coman.
Líbrame de sus plumas,
dame la fortaleza para enfrentar sus ojos,
protégeme de sus picos.
No me dejes sola.

Amen



jueves, abril 07, 2016

Caribe


Llegó a Buenos Aires, empezaba un nuevo trabajo. La ciudad la recibió de la única manera en que sabe hacerlo, indiferente.
Primero tenía que ir al departamento que la empresa le había designado, un edificio moderno en la zona de Recoleta, prolijo y aséptico, acero y cristal. El portero la acompañó hasta el piso 14, pensó en su buena suerte - no le había tocado el 13- y sola con su valija trató de sentirse en casa.
A la mañana siguiente, preguntando a todos en la calle, llegó a la oficina en microcentro, a pie. No pudo entender qué pasaba. Todos, corriendo de un lugar a otro, rompían papeles, se llevaban lámparas y computadoras, cajas repletas de portarretratos y lapiceras. Alguien le explicó que la policía estaba en camino, que agarrara lo que pudiera y se fuera inmediatamente. El dueño, después de una estafa perfecta había huido a alguna isla del Caribe que nadie podía precisar. Ella logró escapar con 2 biromes y medio block de hojas; no era buena para los naufragios.
Al volver a su recién estrenado departamento encontró, al lado de la puerta del ascensor, su valija, abierta como la boca de una ballena muerta, vomitando su ropa y sus libros.
Sola, arrastrando su equipaje, empezó a caminar por las calles del barrio, de aquí para allá, mirando los avisos de las inmobiliarias. Todos pedían fortunas que ella no poseía, garantes que no conocía.
Se comió un sándwich que compró en un kiosko, se tomó un café en Starbucks y aprovechó para ir al baño. No quería llamar a su casa, admitir su fracaso, escuchar los "te lo dije". Sin ningún plan siguió su peregrinaje sin destino. Por suerte no hacía frío, por suerte no llovía.
Se hizo de noche y sin saber qué hacer se sentó en un banco de la plaza frente al cementerio.
El cardumen pasaba ciego frente a ella, hipnotizante, silencioso y quieto. Se durmió  junto a su valija, las manos en los bolsillos, tensas. La envolvió la fría luz acuática de los sueños.
Alguien se acercó para hablarle, nunca sabrá que quiso decirle. La birome que apretaba con su mano derecha salió disparada como un arpón certero, directo al cuello de la única persona que se le acercó, a lo mejor solamente para pedirle fuego.

Burbujas silenciosas se escaparon de esa boca que se abría y cerraba como un ojo vacío, implorando. La sangre, tibia como los mares del Caribe, pero más espesa, la cubrió por completo.

la espera


Estás hecha un ovillo sobre la alfombra y, encerrada en ese último rayo de sol que dibuja un círculo perfecto, esperás. La espera es siempre eterna, como un sueño, como una pesadilla. ¿Volverá algún día, despertarás de tu zozobra?
Lo sospechaste en el preciso instante en que buscó la valija grande, esa que te anuncia el dolor. Te dieron ganas de acomodarte en su interior, de esconderte entre sus camisas, pero te contuviste. Te mostraste indiferente, distante. No querés que sepa cuánto lo necesitás, la falta que te hace: sus rutinas y manías, sus miradas y caricias, su atención. Pero él sabe, vos sabés que él sabe.
Lo viste escribir en su maldito teléfono, lo escuchaste murmurar, tratando que no te dieras cuenta. ¿Piensa que sos estúpida? Pero como lo querés disimulaste todo lo humanamente posible.
A la mañana bien temprano desayunaste con él, juntos, en silencio, como siempre. Pasó suavemente su mano por tu cara anhelante, caricia leve como una página al darse vuelta, hizo rodar su valija y se fue. Escuchaste el sonido de la llave en la cerradura, corto y definitivo, y empezó la espera, inmensa.
No estás completamente sola, está el otro, el idiota. No te dejan acercarte a él, te gritan si lo mirás, pero allí está. Al principio su movimiento constante te tranquiliza, te hace sentir menos sola, pero poco a poco los círculos que dibuja en su recorrido se van acelerando y el brillo dorado que se refleja en su cara se vuelve insoportable. No es venganza, es hastío y desesperación. Lenta y armoniosamente, al acecho, sin hacer ruido, paso a paso, como está escrito en tus genes, te acercás a la pecera donde el estúpido pez dorado da vueltas incansable y con un movimiento impecable y certero de tu pata, sin romper el mundo de cristal y agua donde el otro habitaba, lo llevás a tu boca.
No es asesinato, es instinto, está en tu naturaleza. Jugás con el, feliz. Por un rato la eternidad se interrumpe. Después se queda quieto, frío y viscoso. No te lo comés, nunca te gustó el pescado crudo. Preferís ese alimento que te dejó antes de irse en el plato lleno hasta el tope, prueba de que aunque se haya ido, te quiere.
Ahora estás bien allí, una bola blanca  sobre la alfombra de lana, cálida y satisfecha, esperando. Antes de que el plato se vacíe, él volverá…
En perfecta armonía, justo cuando casi no queda nada en tu plato de comida, escuchás la puerta del ascensor al abrirse. Girás al ritmo de la llave en la cerradura; como un ovillo que se deshace estirás tus patas, ronroneas desperezándote, indolente. Te arreglás el pelo que brilla casi blanco a la luz. Te acercás a él todavía tibia de sol.
No hay caricia ni silencio complacido. Sólo sentís el reproche en el tono de su voz cuando te pregunta qué hay para comer, percibís su fría mirada  al ver el pescado al vapor con legumbres que preparaste para la cena.


triste adios


Una cama desecha, sábanas sucias, un vaso en la mesa de luz, casi vacío, un reloj despertador… tic tac, tic tac...
Sobre la alfombra, un cuerpo desnudo, un frasco de pastillas.

La sirena, golpes en la puerta, gritos desesperados. Dentro de la habitación, sólo silencio, para siempre, y una nota arrugada, ilegible, inútil… tic tac, tic tac, tic tac.

diario

12 de julio de 1978
Hoy me levanté temprano, me tocaba ir a trabajar; todavía era de noche, llovía, hacía frío. ¡Qué aburrido es llenar planillas con números y más números que no significan nada!, pero por lo menos no tengo que ir todos los días. No me gusta desayunar cuando me levanto temprano; no desayuné.
A media mañana sonó el teléfono, era para mí, raro. Un accidente. Dicen que no es grave, que están en el hospital de Gonêt. Frío, calor, miedo, nada… Todo mi cuerpo se llena de una inconmensurable sensación de vacío. Mi papá se ofrece a llevarme. Sigo en blanco, entre paréntesis, todavía llueve. En la ruta hay agua acumulada, vamos despacio. A un costado de la ruta vemos el auto verde, destrozado junto a una columna.
Va a estar bien –dicen- me acompañan a terapia intensiva. Vienen todos: sus padres, mi hermano, gente. Se hace de noche y poco a poco se van, todos. Me quedo sola rodeada de mi propio vacío. Puntos suspensivos.
Estoy sentada en la enorme sala de espera, no puedo entrar a verlo. Está fuera de peligro –insisten-.
La lluvia se transforma en tormenta, rayos y truenos, se corta la luz. En la oscuridad estamos por fin juntos, solos.
Punto seguido.

17 de diciembre de 1983
Por suerte hoy no hace calor, a las 10 teníamos hora para la ecografía. Dijo que la pasáramos a buscar el lunes pero que me vaya preparando, que no iba a ser en enero como habían dicho, que faltaba poco.
Nos fuimos a caminar por Santa Fe. No tengo problemas con caminar, lo que no puedo es quedarme parada en un mismo lugar. Llegamos hasta Retiro, almorzamos en el Sheraton.
A la noche, asado en el fondo del negocio. Estábamos todos: Silvia y Norberto, Elsa y Teté, Roberto y Memi, Mariano y Norma, los chicos. A Roberto no se lo ocurrió mejor idea que costar maderas con mi cuchillo y lo rompió… No sé si voy a poder perdonarlo. El fuego tardó en encenderse, el carbón estaba húmedo.
Nos divertimos pero después, en casa, no me sentí bien; me la pasé yendo al baño toda la noche.
A la madrugada me desperté con la ropa húmeda. O rompí bolsa o me hice pis, le dije un poco en broma. Dormido me respondió: te hiciste pis. Yo nunca me hago pis- le aclaro.
Hicimos el bolso y nos vinimos a casa de mis suegros, que están de viaje pero tienen teléfono. Aquí estamos, esperando.

23 de febrero de 1999
Ayer llegamos de Liverpool y nos fuimos a dormir temprano. Hoy desarmamos las valijas y preparamos los bolsos para ir a Ámsterdam. Christine reservó a último momento, como siempre, 2 habitaciones en un bed&breakfast  en una antigua fábrica de colchones cerca de la estación. Luis se fue a trabajar por la mañana y quedamos en encontrarnos los 6 en la Gare du Nord a las 5, una hora antes de la partida del tren. A las menos cuarto todavía no había llegado. Acostumbrados a los “tiempos de Luis”, subimos a nuestro vagón con nuestro equipaje y el suyo. Llegó a las menos 5, pero llegó (a veces no llega). Quiso bajarse a fumar un cigarrillo, casi lo matamos.
Llegamos de noche, como siempre. El hotel, como todos los hoteles baratos cuando uno llega de noche, se veía deprimente, no olía muy bien. Fuimos a comer pizza (siempre hay que comer pizza para sentirse en casa), nos reímos, lo perdonamos, otra vez. Jenny y Flo son como hermanas, se aman y se odian, se tiene unos celos tremendos.
Justo nos fuimos a dormir y suena el teléfono, larga distancia. Es mi hermano, se murió mamá.


11 de septiembre de 2013
Cuando uno entra el tiempo deja de existir, y con ese tiempo detenido uno mismo se pone en estado de espera.
Un objeto a estudiar, arcilla en manos de otros hombres.
El mismo miedo que nos trajo hasta aquí no nos permite levantarnos e irnos. Pero es más la inercia, el ponerse en el lugar del objeto lo que no nos deja rebelarnos y escapar.
Los hombres de blanco nos han convencido de que saben lo que hacen, de que saben qué es lo mejor para nosotros.
No les creemos, pero permanecemos acostados en la camilla, pacientes.
Etimológicamente perfecta, esa palabra nos define.
Pacientes esperamos a que el tiempo se ponga de nuevo en movimiento; abandonar el terrible ciclo que nos lleva de la desesperante espera a la angustia del no saber que pasa. Queremos que la vida reanude su marcha, y que avance para el lado correcto, el de nuestra rutina tranquilizadora, ahora rota silenciosamente.

No pasa nada, eso debería ser suficiente...  Nada pasará, si dios quiere (como dicen los viejos). Nada grave pasará, trato de convencerme...Pero ahora uno es nadie, flotando en la espera.

Y lo peor es cuando pasa algo y no es lo que uno deseaba. Cables, mangueras, luces y aparatos conectados a ese cuerpo que ya no nos pertenece. Porque sí, porque lo dicen las arbitrarias reglas que ellos escribieron y hacen cumplir, no porque sea necesario, sólo para demostrarnos definitivamente que nos poseen. Y no se trata de una posesión amorosa, es la invasión violenta de un guerrero delicado pero no por eso menos bárbaro.

Que esté todo bien, que esté todo bien, qué esté todo bien. Es lo único que me atrevo a pedir, esperando.

Ganas de llorar, de vomitar, de cagar... Un agujero en el estómago, frío, voces interiores que tratan de reafirmar que está todo bien, que es un examen de rutina y otra voz, que intento amordazar, la voz del miedo.

A pesar de todo, no era yo en una cama de hospital. Era otro que también soy yo.

A pesar de todo, gracias a dios, como dicen los viejos, como estoy empezando a decir, todo pasó.
Hoy es el día después… puedo recuperar mi rutina, doy una vuelta a la manzana , saco fotos.

Gracias a dios.

26 de enero de 2016
Ayer a la mañana me fui a Primi Piatti, ¡qué felicidad sentarse en la vereda con la Coca Cola con hielo y limón (¿puede ser Pepsi?), con mi cuaderno y mi lapicera y la suave brisa después de un domingo aplastante. Aunque el calor estuviera allí afuera y no adentro, aunque no hubo corte de luz, ¡yo con calor no puedo hacer nada!
Un diario, 5 entradas, ¡a quién se le ocurre! Y con mi falta de imaginación, si me piden un diario tengo que escribir el mío, tengo que decir la verdad. Pensé en escribir el diario de mi gato pero me sentí incapaz de llenar 3 carillas con sus pensamientos. ¡Lo único inteligente que han hecho los gatos es hacernos creer que son inteligentes!
A la mañana escribí tres entradas. Me salieron con frases cortas, como a saltitos. En las tres hay un teléfono, sin planearlo. Dos más, 3 carillas… Me acordé de un texto que escribí hace un tiempo… No llevo un diario pero fue escrito en la sala de espera, como si lo fuera. ¿Dos con hospitales? Lo pongo (¿trampa?) Me queda uno. ¡Le voilà! (como es mi diario lo pongo en francés, aunque sea un poco snob)
Suena el teléfono…
Justo 3 carillas en letra número 12. ¡Siempre tan cumplidora!


miércoles, abril 06, 2016

verano

Verano (antes)

Empezó enero, odio el verano.
Terminaron las clases, pasé a tercero y Papá Noel me trajo un bebé que parece de verdad. Mucho mejor que lo que me trajeron los Reyes la otra vez. Habíamos ido con la colonia a Necochea y mi hermano, que es mucho menor que yo, se coló y vino conmigo, no sé para qué. A la noche, antes de dejar los zapatitos, en la cena nos sirvieron "arroz con leche", una cosa horrible que se parece al vómito, pero nos dijeron que si no nos comíamos todo los reyes no pasaban así que me lo comí. No se para qué tanto esfuerzo, sólo me trajeron un vestidito para las muñecas! Lo peor es que a mi hermano le trajeron unos teléfonos que funcionan como los verdaderos! Nunca más voy a comer arroz con leche!
La semana que viene nos vamos con mi abuela Julia a Bell Ville, en Córdoba. Ella tiene cara de mala pero no es tan mala: le gustan los perros. Vive en una pieza en una pensión cerca de Congreso. Cuando la visitamos jugamos a que le vendo caramelos a mi hermano. Me encanta el sonido crujiente de los papeles al meterlos en una bolsa También vamos a la plaza a darle de comer a las palomas.
En Bell Ville nació mi mamá y allí vive Mamina, mi madrina. Cuando yo nací tenía 70 años; es viejísimas y camina con 2 bastones. Dice que conoció a Sarmiento! La casa es inmensa, tiene 3 patios. En el último, donde crecen los zapallos y las rosas hay un piletón donde me lavo el pelo. Cuando voy al baño, de noche, mi mano calcula a la perfección donde está la llave de la luz porque tengo miedo de tocar un insecto en la oscuridad. Córdoba está llena de bichos: langostas, cucarachas, “juanitas”, que son como unos cascarudos de patas altas que dejan un olor raro si las tocás.
La quiero mucho a Mamina, pero es muy aburrido: no hay televisión! Además hace tanto calor que a la hora de la siesta nos encerramos en el zaguán para no tener que dormir porque allí está más fresco. Para pasar el tiempo mi hermano caza unas enormes hormigas negras y las pone en un balde lleno de agua con algunos juguetes que flotan. Las que logran subirse, se salvan. Entonces él las pone en un frasco aparte para que no tengan que nadar dos veces. Yo sólo miro, no hago nada. A veces, vamos al río.
Nunca se lo conté a nadie pero a mí me gusta que empiecen las clases. Cuando voy al colegio la paso bien, están todas mis amigas. Pero a ellas les miento y les digo que las vacaciones estuvieron buenísimas, que me divertí mucho y que no veo la hora de que llegue el verano.




Verano (ahora)

Empezó enero, odio el verano.
Después de mi cumpleaños (soy de Cáncer, ascendente en Capricornio) el tiempo se acelera y los meses que hasta ese momento marchaban a ritmo constante toman velocidad y no paran hasta el día de Navidad: justo el 25 el tiempo se detiene.
Me gustan los ritos y ceremonias, proyectar y preparar, construir esos mojones que me confirman que el camino continúa. Antes también me gustaban las fiestas... Sigo proyectando y preparando pero cada año el proceso es un poco más vacío, un disfraz, una obra teatral que representamos cada 365 días y que cada vez tiene menos actores. Alguna vez debería tratar de cambiar de guión, o por lo menos de escenario: una navidad blanca en New York o París, por ejemplo.
No sé si los astros tendrán algo que ver (tampoco sé si creo en los astros) pero tengo la certeza de que este proceso es inevitable. El 25 de diciembre empieza enero, llega el calor, freno y toda mi existencia entra en una hibernación invertida. Aunque forzoso hay una pequeña luz de cordura en mi cabeza que me asegura que por suerte también es pasajero. Prendo el aire acondicionado sintiendo la perenne amenaza del corte de luz, ese oscuro monstruo agazapado; lleno mi cueva con proyectos bizarros: un libro de dibujos de gatos, pintar una pared, ordenar el placard y tirar lo que no sirve, un taller literario; y me acurruco tratando de imaginar marzo y sus promesas. Cuando los días empiecen a acortarse, poco a poco llegarán las nubes, las nieblas, las tormentas y yo comenzaré a revivir. Voy a salir con mi cámara de fotos buscando grises y sombras, susurros; a recuperar mis espacios conocidos, mis compañeros de caminos; la rutina protectora. En ese momento me voy a proponer, otra vez sin éxito, ordenar los placares, tirar lo que no sirve...




En esa rueda del tiempo que cada vez parece girar más rápido mi edad no me deprime, me sorprende. Sesenta años, ¿cómo puede ser si todavía soy a veces una nena rencorosa, una adolescente tímida, una madre insegura?
Hoy anuncian 34 grados, húmedo e inestable... Recién empieza enero... La 

 vida sigue girando.


Verano (después)

Empezó enero, ¿odio el verano?
Toda mi vida repetí esta frase absolutamente convencida de su exactitud, pero si hay algo que el tiempo me ha enseñado es que nada es absoluto. Las cosas en las que creía firmemente han ido ablandando sus contornos, de la misma forma en que los objetos han perdido precisión gracias a la presbicia; ya no son definitivas. Las certezas han dado paso a las dudas, a la aceptación de que si, a veces (sólo a veces), puedo equivocarme.
No creo haber desperdiciado ese doceavo de mi vida representado por todos los eneros, 2500 días de mi existencia. Probablemente esos calurosos y odiados veranos me sirvieron como una pausa; ese mal humor estacional me permitió afrontar los once meses restantes con relativo optimismo.
No voy a hablar del tiempo vivido y el por vivir: hay cálculos que es mejor no hacer. Tengo proyectos; quiero y soy querida. Cada día es un regalo que trato de aprovechar aunque sea "no haciendo nada", algo que aún no me es fácil de concebir.
Aunque parezca increíble todavía el lugar del alumno es uno de mis preferidos. Debo ser insoportable mezclándome con gente mucho más joven, pero que se las aguanten. Una de las ventajas de tener 80 años (alguna tenía que haber) es que ya se nos perdonan muchas cosas o... A lo mejor no, pero disimulan... O no me doy cuenta...
El año que viene, para las fiestas, voy a hacer algo diferente. El 23 de diciembre nos vamos a tomar un avión hacia New York y nos vamos a quedar hasta febrero. Un enero sin calor, con un frío de los demonios y muchas fotos blancas de nieve, con árboles sin hojas, olor a canela, luces de colores y villancicos en inglés. Por fin me voy a dar cuenta de si todo el asunto de mi hibernación invertida era una cuestión de astrología o, simplemente, un problema meteorológico.

los galgos



Sentados a  una mesa del bar “Los galgos”, en la ventana  de la esquina de Lavalle y Callao. Sobre la mesa dos cafés se enfrían, abandonados. El cielo gris y pesado anuncia una tormenta de verano.

-Hace mucho que no llama por teléfono. Todo lo que uno hace por los hijos y ¡para qué! ¡Nunca piensan en nosotros! Yo no quiero ser una carga, todo lo contrario, pero una llamada cada tanto, para saber cómo estamos...
-¡Un bajón! Todos los días lo mismo... Trabajar, mirar la tele, dar una vuelta, tomarse un café...Un día mando todo a la mierda y empiezo de cero. Tiro los dados y pruebo, ¡a lo mejor me sale generala!
-A nuestra edad uno empieza a preocuparse por la salud. Lo que antes era una indigestión ahora es una amenaza de cáncer de útero. Hay tantas cosas en internet y en la tele que no se puede hacer nada sin miedo a enfermarse. Si no es el cáncer es el estrés o el colesterol que te tapa las arterias, te atacan por todas partes.
-Porque el trabajo ahora es una porquería. Viene un pibe joven y se cree que se las sabe todas. Salen de la facultad y a los dos días se sienten especialistas. ¡Todos son especialistas y tienen un master en no sé que carajo pero después vienen y tenés que arreglar algún quilombo que hicieron!

Allá afuera empieza a llover. Las gotas ejecutan su música silenciosa sobre el pavimento. La gente corre inútilmente para no mojarse. Ellos miran por la ventana, juntos.

-¡Se largó! Por suerte entré la ropa. No me acuerdo si cerré la ventana del baño. Ojalá no nos hallamos olvidado. Mañana voy a llamar a Beatriz, anda bastante deprimida desde que se separaron. Para colmo se enteró de que Pablo ya salía con Elsa cuando todavía estaban juntos. ¡Darse cuenta de que todo era una mentira es lo peor!
-El viernes es la cena con los ex-compañeros del Pellegrini. No sé cuántos vendrán, cada año somos menos. A algunos da pena verlos. A Juan no le queda ni un pelo y Fernando tiene una panza que parece embarazado. No es que yo me cuide mucho pero no estoy tan arruinado como ellos. ¡Qué tetas tiene la chica que entró recién! Y encima con la remera mojada se le marca todo.
-Los de esa mesa deben ser turistas. Aquí nadie cena a esta hora y con café con leche. Milanesas con papas fritas y café con leche, ¡horrible! No sé que vamos a comer esta noche, en la heladera no hay nada... Podemos pedir empanadas. A la vuelta abrieron una pizzería nueva y las empanadas tienen buena pinta. ¿Qué habrá hoy en la tele? En verano no pasan nada interesante, las series son todos capítulos repetidos.
-No veo la hora de que pare de llover y nos vayamos a casa. Está lloviendo pero no refrescó nada. Ahora está más pegajoso. El café de aquí es una basura y te lo cobran como si fuera bueno. Llego, pongo el aire y prendo la tele, hoy creo que juega el Barça. Prefiero un partido español que seguir viendo perder a Boca. Espero que hoy no cenemos otra vez empanadas, ¡me tienen podrido!
-Paró de llover y salió el arco iris. Qué lástima que mi celu no saca buenas fotos sino sacaba una y se la mandaba a Virginia a ver si me contesta y por lo menos tengo alguna noticia de ella. A esta hora todavía debe estar en el trabajo... Mejor no la molesto.

Afuera la tormenta pasó. Las calles relucientes reflejan las primeras luces de la noche.
¡Mozo! -dice el hombre, rompiendo el silencio por primera vez- ¿cuánto es?

Paga, se pone de pie. Ella se levanta, guarda el celular en la cartera y lo sigue. En la puerta se toman de la mano y se alejan, juntos.

miércoles, enero 08, 2014

foto en 5 capítulos + epílogo







capítulo I

una luz especial entre las sombras de invierno



capítulo II

una madre y una nena, el brillo del sol en la cabeza rubia. la mujer, leyendo.



capítulo III

la nena se transforma en muñeca, le falta un pie.



capítulo IV

la madre, imágen de la muñeca devenida mujer, sigue leyendo, como si nada...



capítulo V

mujer? hombre? ya no lo sé.
escapo.




epílogo

nunca más las vi.
conservo la foto.



lunes, diciembre 02, 2013

cegueras




son de ese tipo de gente que sufre su vida, 
que es incapaz de vivir ligeramente. 
vinieron a tomar el té. 
él, finalmente, se había quedado ciego. 
al despedirse ella me dice: no sabés que dificil fue para mi al principio...
me imagino, le respondí y agregué: seguramente para él también.

no me dí cuenta, me respondió desconcertada...