Llegó
a Buenos Aires, empezaba un nuevo trabajo. La ciudad la recibió de la única
manera en que sabe hacerlo, indiferente.
Primero
tenía que ir al departamento que la empresa le había designado, un edificio
moderno en la zona de Recoleta, prolijo y aséptico, acero y cristal. El portero
la acompañó hasta el piso 14, pensó en su buena suerte - no le había tocado el
13- y sola con su valija trató de sentirse en casa.
A la
mañana siguiente, preguntando a todos en la calle, llegó a la oficina en
microcentro, a pie. No pudo entender qué pasaba. Todos, corriendo de un lugar a
otro, rompían papeles, se llevaban lámparas y computadoras, cajas repletas de
portarretratos y lapiceras. Alguien le explicó que la policía estaba en camino,
que agarrara lo que pudiera y se fuera inmediatamente. El dueño, después de una
estafa perfecta había huido a alguna isla del Caribe que nadie podía precisar.
Ella logró escapar con 2 biromes y medio block de hojas; no era buena para los
naufragios.
Al
volver a su recién estrenado departamento encontró, al lado de la puerta del
ascensor, su valija, abierta como la boca de una ballena muerta, vomitando su
ropa y sus libros.
Sola,
arrastrando su equipaje, empezó a caminar por las calles del barrio, de aquí
para allá, mirando los avisos de las inmobiliarias. Todos pedían fortunas que
ella no poseía, garantes que no conocía.
Se
comió un sándwich que compró en un kiosko, se tomó un café en Starbucks y
aprovechó para ir al baño. No quería llamar a su casa, admitir su fracaso,
escuchar los "te lo dije". Sin ningún plan siguió su peregrinaje sin
destino. Por suerte no hacía frío, por suerte no llovía.
Se
hizo de noche y sin saber qué hacer se sentó en un banco de la plaza frente al
cementerio.
El
cardumen pasaba ciego frente a ella, hipnotizante, silencioso y quieto. Se
durmió junto a su valija, las manos en los bolsillos, tensas. La envolvió
la fría luz acuática de los sueños.
Alguien
se acercó para hablarle, nunca sabrá que quiso decirle. La birome que apretaba
con su mano derecha salió disparada como un arpón certero, directo al cuello de
la única persona que se le acercó, a lo mejor solamente para pedirle fuego.
Burbujas silenciosas se escaparon de
esa boca que se abría y cerraba como un ojo vacío, implorando. La sangre, tibia
como los mares del Caribe, pero más espesa, la cubrió por completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario