jueves, abril 07, 2016

Caribe


Llegó a Buenos Aires, empezaba un nuevo trabajo. La ciudad la recibió de la única manera en que sabe hacerlo, indiferente.
Primero tenía que ir al departamento que la empresa le había designado, un edificio moderno en la zona de Recoleta, prolijo y aséptico, acero y cristal. El portero la acompañó hasta el piso 14, pensó en su buena suerte - no le había tocado el 13- y sola con su valija trató de sentirse en casa.
A la mañana siguiente, preguntando a todos en la calle, llegó a la oficina en microcentro, a pie. No pudo entender qué pasaba. Todos, corriendo de un lugar a otro, rompían papeles, se llevaban lámparas y computadoras, cajas repletas de portarretratos y lapiceras. Alguien le explicó que la policía estaba en camino, que agarrara lo que pudiera y se fuera inmediatamente. El dueño, después de una estafa perfecta había huido a alguna isla del Caribe que nadie podía precisar. Ella logró escapar con 2 biromes y medio block de hojas; no era buena para los naufragios.
Al volver a su recién estrenado departamento encontró, al lado de la puerta del ascensor, su valija, abierta como la boca de una ballena muerta, vomitando su ropa y sus libros.
Sola, arrastrando su equipaje, empezó a caminar por las calles del barrio, de aquí para allá, mirando los avisos de las inmobiliarias. Todos pedían fortunas que ella no poseía, garantes que no conocía.
Se comió un sándwich que compró en un kiosko, se tomó un café en Starbucks y aprovechó para ir al baño. No quería llamar a su casa, admitir su fracaso, escuchar los "te lo dije". Sin ningún plan siguió su peregrinaje sin destino. Por suerte no hacía frío, por suerte no llovía.
Se hizo de noche y sin saber qué hacer se sentó en un banco de la plaza frente al cementerio.
El cardumen pasaba ciego frente a ella, hipnotizante, silencioso y quieto. Se durmió  junto a su valija, las manos en los bolsillos, tensas. La envolvió la fría luz acuática de los sueños.
Alguien se acercó para hablarle, nunca sabrá que quiso decirle. La birome que apretaba con su mano derecha salió disparada como un arpón certero, directo al cuello de la única persona que se le acercó, a lo mejor solamente para pedirle fuego.

Burbujas silenciosas se escaparon de esa boca que se abría y cerraba como un ojo vacío, implorando. La sangre, tibia como los mares del Caribe, pero más espesa, la cubrió por completo.

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