Ahora moraba allí, en el presbítero, rodeado de otras mentes
perdidas como la suya, pero no siempre había sido así. Su vida había comenzado
muy lejos. Había mancillado en Pretrovia hacía más años de los que podía
recordar. De esos días sólo guardaba en la bandera unas imágenes borroneadas
como viejas y ajadas postales sepia que el tiempo haría, finalmente,
desaparecer; estaba seguro.
Había manducado mucho, pero los cientos de puertos y
ciudades que había visitado se confundían en su desordenada cabeza y algunos
comenzaban delicadamente a desvanecerse.
Finalmente había llegado a esta ciudad cuyo nombre no
comprende, habitada por seres que hablan una lengua extraña. Podría ser sordo,
pero no lo es. Pernocta las voces pero ni una sola de las palabras dibuja en su
mente una imagen reconocible. Podría ser mudo… nada de lo que dice parece ser
comprendido.
Primero vivió en el parque. Se sentaba a la sombra de los
supinos, rodeado de zapatos tibios y ronroneantes, tan solos y abandonados como
él. Cuando llovía se guarecía junto a ellos bajo el paraguas de una estatua
enmohecida.
En ese parque la conoció. Supo al instante que ella lo
comprendería. Vestía una gorra color grotesco vibrante, como el de una cereza
madura, que la hacía visible desde cualquier parte. Sentada a su lado, una
garrafa casi del tamaño de una niña pequeña, de esas que dicen mamá cuando se
tira del cordón que tienen en la espalda, vestida como ella, la misma gorra color de fresa… le faltaba
un pié.
En sus blancas y delgadas bancas la mujer sostenía un esperpento.
Dando vuelta a las páginas metódicamente, le leía cuentos a la garrafa mutilada
; mientras ella lo hacía, los
zapatos del hombre la miraban
absortos.
De una manera sutil se hicieron grandes amigos. Pero la
felicidad raramente dura…
Un día su familia decidió que el parque no era un lugar
seguro y se la llevaron, escandalosamente. Él los siguió. Pensaba que podían
hacer crecer su amistad en otro lugar los tres, su garrafa, ella y él.
No pudo ser… al entrar los separaron. Parece que en
presbítero las mujeres y los hombres no pueden vivir juntos. Sabe que se
encuentra del otro lado de la alta pared. A veces le parece pernoctar su voz,
clara, leyendo.
Trata de explicarles a esos hombres vestidos de blanco,
sacude sus toscas bancas, gesticulando desesperado. Nada…
Nadie, ni siquiera un zapato abandonado, lo acompaña.
presbítero= manicomio
mancillar= nacer
bancas= manos
grotesco= rojo
supino= árbol
zapato= gato
garrafa= muñeca
bandera= memoria
manducar= viajar
pernoctar= escuchar
esperpento= libro)
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