domingo, abril 29, 2012

remake


Otro atardecer en la ciudad. Los altos edificios comenzaban a perder sus copas que se disolvían en la penumbra, mitad humo, mitad niebla. Y con la obscuridad renacían la inquietud, el miedo.

Rebeca se apuraba. Nunca le habían gustado las noches; hoy tampoco. Caminaba como si corriera, casi. Estaba  llegando un poco tarde y no quería que su jefe la reprendiera nuevamente.

Era menuda y ágil. El uniforme verde del restaurante donde trabaja resaltaba su flamante pelo rojo. Fue ese color verde esmeralda lo que la decidió por fin a teñir su fina cabellera rubia. En el colegio le habían dicho que los colores complementarios se llevaban bien; el azul con el naranja, el amarillo con el violeta, el verde con el colorado… Combinaban, pero todavía no estaba totalmente convencida.  Era raro ver esa brillante mancha roja sobre su cabeza reflejada en las vidrieras.
Rebeca no leía los diarios, no veía televisión, pero aún así, tenía miedo. Una sensación suave y sorda que le apretaba el pecho como una mano fría en su garganta. ¿Premonición?

Por fin llegó. La luz brillante del cartel anunciaba :”Sushi Hoo, Delivery”. Repartir pescado crudo no era un gran trabajo, pero fue el único que consiguió y le ayudaba con los gastos mientras buscaba algo mejor.
     – Hola Rebeca – la saludó Germán, el encargado- el señor Hoo quiere hablar con vos.
Miró el reloj, sólo 5 minutos tarde. No era tan grave en esta inmensa ciudad en la que trasladarse era tan difícil.
El señor Hoo le recordaba a su madre, duro y blando al mismo tiempo. Como un durazno, pero al revés. Y era contra esa dura cáscara con lo que ella siempre chocaba.
     – ¿Ahora? – preguntó Rebeca.
     – Sí, ahora… Te queda lindo…
     – ¿Qué cosa?
     – ¿El pelo!
Ya se había olvidado… la inminencia de la reunión con su jefe le había dejado la mente en blanco.
Germán agregó:
      – ¿No te parece un poco arriesgado?
Ella no pudo entender.
Tímidamente golpeó a la puerta del Sr. Hoo
     – Adelante – respondió con su voz un poco nasal.
Esta vez no se trataba del retraso, sino de la demora. Hoo buscaba con desesperación la eficiencia y pensaba que ella no se esforzaba lo suficiente. Habló por casi 10 min. de la conveniencia de estudiar cuidadosamente los mapas antes de salir a repartir la comida para minimizar el tiempo de entrega. Era imprescindible que cada recorrido fuera el más corto y el más rápido posible. Había que optimizar el reparto. Terminó su discurso con un refrán:
     – “El que no tiene cabeza, tiene pies”
Rebeca no estaba segura de que fuera un refrán japonés…

Esa noche parecía que no iba a tener que esforzarse demasiado, no había mucho que organizar.
El primer llamado fue recién a las 9 y cuarto. Un combo simple para esa parejita del segundo piso por escalera. Esos no eran de dejar grandes propinas, a lo sumo una moneda para el colectivo. Y ella, con el sueldo que cobraba, necesitaba las propinas.

De repente, a las 10 y media, empezó a sonar el teléfono, una y otra vez. Cinco pedidos al mismo tiempo. Otro día no se hubiera hecho problema pero hoy no quería arriesgarse a otra charla con “Mr Hoo, the boss”, como le gustaba decirle en voz baja.
Mientras preparaban los paquetes se dedicó a estudiar el mapa y organizar el reparto. Cuatro pedidos quedaban cerca y en calles que conocía, pero el quinto no sabía muy bien como “insertarlo” en el recorrido… Estaba fuera de lugar, como la quinta pata de un gato. Debería ser el primero, o el último.
Decidió postergar la larga caminata, una ventaja del sushi es que no se enfría-pensó.

Se atuvo al plan. Uno a uno fue entregando los cuatro primeros pedidos sin sorpresas ni sobresaltos. Las propinas, ni tan buenas como para ponerse contenta ni tan malas como para poner su cara “descortés”.
Guardaba sus esperanzas para ese quinto pedido, el combo especial de salmón y atún rojo, el mejor del “sushi delivery del señor Hoo”, el más caro. Lástima que fuera tan lejos…sin embargo eso la haría merecedora de una buena propina, estaba segura.
Había olvidado el mapa en el local, pero recordaba el trayecto. Liviana después de haber entregado los otro cuatro paquetes, empezó a caminar. Las calles eran más solitarias y obscuras de lo que ella había esperado. ¿habrían anunciado una tormenta de la que ella no sabía nada? Un poco nublado estaba- pensó.
Apuró el paso. De nuevo sintió esa sensación de ansiedad, de…miedo. ¿Miedo a la obscuridad, a su edad?

Vio una avenida iluminada y sin pensar, decidió doblar. Caminó unas cuadras y calculó que no debía estar lejos. Definitivamente no estaba optimizando el recorrido. Se sentía traidora de la confianza de “Mr Hoo, the boss”. ¡Qué estupidez! Esperaba no estar completamente perdida.
Casi sin darse cuenta, inesperadamente, llegó. No era un edificio sino una casa un poco vetusta; una puerta y dos ventanas asimétricas, todas cerradas.
El timbre sonó áspero y desafinado. La puerta se abrió y un hombre apareció desde las penumbras.
– Hola, ¡por fin!, te estaba esperando… dijo con una grave y profunda voz que sonaba como salida de un cuento de terror.
– Hola, disculpe señor, es que fue un largo trayecto hasta aquí. – dijo Rebeca mirando directamente a la cara del cliente, sus rasgos agudos de orejas prominentes, sus obscuros y relampagueantes ojos que la hipnotizaban.
– Te ves un poco pálida… ¿te sentís bien? ¿No querés pasar a tomar un vaso de agua?

Sin saber porqué , olvidando todas las recomendaciones escuchadas en su vida, ella lo siguió sumisa hasta la cocina. Todavía sostenía el paquete, un poco arrugado, entre sus manos. Apenas el líquido fresco y ligeramente amargo que él le había ofrecido comenzó a atravesar su garganta, todo cambió. Empezó a sentirse como dentro de un sueño; una pesadilla , mucho más aterradora porque sabía que era real.
No podía, a pesar de sus esfuerzos, mantener los ojos abiertos y empezó a escuchar gritos y golpes, extrañas voces. El paquete de sushi cayó de sus manos haciendo un ruido apagado. Se va a aplastar todo, -pensó sintiéndose estúpida.

En su cabeza se mezclaban palabras que no entendía C.S.I,  U.V.E, N.Y.P.D….
Pensó en todas esas series que veía en la tele, pero ya no sabía si estaba soñando o si había alguna televisión sonando en alguna habitación cercana.
Y después el silencio, la nada, ni siquiera la fría mano apretando su garganta…

Al día  siguiente, sorprendida, despertó. Estaba en una blanca cama que no era la suya. Despertó de a poco, sigilosamente, sin entender nada.
Más tarde se dio cuenta de que estaba en un hospital. La fina manguera que unía su brazo a ese recipiente de plástico del que caían una a una gotas de agua confirmó su sospecha.
Después, le contaron.

Al poco tiempo de que ella hubiera salido a hacer su reparto Germán había recibido un mensaje. La llamada era del señor de ese quinto pedido, y su voz grave sonaba impaciente. Quería asegurarse de que su sushi ya hubiera salido y de que la encargada de llevárselo fuera “esa nueva empleada de pelo rojo”. Cuando le dijo que sí, cortó abruptamente.
Todo le pareció extraño a Germán. La nueva empleada de pelo rojo… y de repente, se dio cuenta. Recordó la noticia que había estado en todos los diarios y noticieros, la desaparición de esas cinco mujeres, de diferentes edades y clases sociales, una maestra, una puta, una adolescente… cuya única característica en común era su pelo. Su pelo rojo.

Le contó sus sospechas al Sr Hoo que, eficientemente, llamó al cuartel de policía más cercano a la casa del cliente sospechoso. Como se trataba de un extranjero vehemente, y temiendo que fuera otro problema de la mafia china (por teléfono se puede confundir a un chino con un japonés) la policía envió a todos sus efectivos.
Llegaron justo a tiempo. Unos minutos más hubieran sido fatales para Rebeca, dormida y a punto de ser estrangulada.

Mr Peter Woolf guardaba en su casa, enmarcados en cajas doradas, cinco mechones rojos, único vestigio de cinco pelirrojas desaparecidas.

Rebeca se tiño de negro, que pega con todo.





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