martes, mayo 22, 2012

la heladera


Todo me recordaba su ausencia; donde antes escuchaba su suave ronroneo como una constante respiración, ahora había silencio. En el reluciente piso de la cocina, había quedado, discordante, un obscuro cuadrado de mugre en donde solía estar la heladera.

Ella no estaba y con ella se habían ido sus vergonzantes secretos. Sus secretos que eran también los míos.
No sé que pasó. Todos hablan de inseguridad pero yo no me lo creía. Pensaba que esas historias de robos eran cosas inventadas por la tele para mantenernos entretenidos. ¿Quién iba a querer robarme a mí, a mi pequeño departamento de dos ambientes, contrafrente? ¿Quién iba a querer robarse una pesada y vieja heladera?

Esa mañana me había levantado temprano como todos los días, solo y tranquilo. Después del mate con galletitas y la ducha, después de afeitarme y de la ropa limpia, cerré la puerta y partí. Y ella quedó en la cocina, quieta y fría.

Todo el día trabajando con la añoranza de la soledad y la calma de mi casa, ese refugio donde esconderme de tanto ruido y palabras vacías, donde sólo los suaves murmullos de los aparatos eléctricos me esperaban. Al llegar, la puerta estaba abierta; la cerradura, rota. Sabía que ella no había podido escaparse sola, yo había hecho todo lo necesario.

La sorpresa y el desconcierto me dejaron helado.

Rápidamente me di cuenta de que Ella no estaba. Mi grande y hermosa heladera, sus sonidos y silencios, habían partido.

No podía llamar a la policía, eso era seguro…No sabría como explicarles. Lo único que podía esperar era que los ladrones, más asombrados que yo, sin saber que hacer con Ella, me la devolvieran.
No podía dejar de pensar en sus caras cuando en su interior descubrieran a la bella María, siempre hermosa, siempre fría, mirándolos desde su blanco ataúd.

Tan gélida hoy como hace diez años cuando, cansado de tanta frialdad y palabras vacías, le di ese certero golpe en la cabeza y la guardé en la heladera, cálida y ronroneante .

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